Julio y el lobo


 
     Tenía que cruzar un campo desde la casa de su amigo hasta la ruta. La ruta que era en realidad un camino de tierra sin señalizaciones ni luces ni alma que quisiera transitarla por la noche en la total soledad.
     "Por donde el diablo perdió el poncho".... decían. Y así era. Oscarito vivía por donde el diablo perdió el poncho (bien lejos).
     Julio venía de allí una noche que extrañaba la luna; en completa oscuridad empezó a cruzar el campo lleno de chilcas. No había camino, ni sendero ni nada hasta llegar a la ruta de tierra.
     Cigarrillo en mano, (la única lucecita que esa noche osaba aparecer en la oscuridad) caminaba tranquilo, como siempre; con pasos largos como si tuviera zancos pero sin apuro, con la tranquilidad del inocente o del ingenuo.
     Sintió frío y se arrebujó en la campera de abrigo. Escuchó pasos. Se dio vuelta pensando que Oscarito lo alcanzaba para ir al pueblo. 
     No. No había nadie en las cercanías. Siguió camino con un poco más de prisa pero sin miedo.
     El descampado se hacía eterno. 
     Por fin las nubes se alejaron de la luna y apareció llena y brillante como lo anunciaba el almanaque: Luna Llena.
     Viernes... Luna llena...., y mi hermano sólo en el medio de un descampado tratando de llegar a una ruta de tierra que le aguardaba con 3 kilómetros de recorrido a pie hasta la ruta de asfalto que llevaba al pueblo... ¿Algo más le podía faltar para completar el panorama?
     No, creo que no.
     Pero sí, faltaban algunas cosas más.
     Continuó el camino, ya cansado a las tres de la mañana. Pero no le quedaba más remedio que seguir porque no podía volver a esa hora a la casa de su amigo a pasar la noche y en honor a la verdad casi estaba más lejos la casa de Oscarito que la suya propia.
     El camino se hacía difícil porque no había sendero ni luces y ya le parecía que alguien lo seguía.
Siguió, apretando más el paso, y de pronto sintió que lo llamaban:
     - ¡¡¡JULIO!!!
     Se dio vuelta y no había nadie. Prosiguió unos metros más y otra vez sintió pasos aunque no escuchó ninguna voz. Decidió prestar atención a lo que venía detrás suyo y tratar de descifrar si quien lo seguía era un animal o un hombre.
     - Qué dios me ayude -pensó. Si algo me sucede acá no me encuentran más.
     Y era cierto, si algo ocurría en ese páramo, a mi hermano no lo encontraba ni su ángel de la guarda.
     Por fin llegó a la ruta de tierra, pero los pasos seguían. Eran pasos de un ser humano. Hombre o mujer, no se sabía, pero que venia detrás era seguro. Y a muy corta distancia.
     Comenzó a caminar a la vera de la ruta por el lado izquierdo, así, si venía algún auto lo vería y si venían de atrás no lo llevarían por delante.
     Faltaban poco menos de tres kilómetros para las primeras luces citadinas, y los pasos seguían firmes y claros a varios metros detrás de él.
     Se dio la vuelta.
     Nada.
     Siguió otros cincuenta metros y los pasos se sentían mucho más cerca. Miró atrás,  alcanzó a divisar una figura que se acercaba.
     Mi hermano, aterrorizado, comenzó a correr con todas sus fuerzas impulsado por un mal presentimiento.
     Corrió casi un kilómetro como si le hubiesen crecido alas en los pies. Se dio vuelta y la figura guardaba la misma distancia que la vez anterior.
     Volvió a correr y al llegar a la ruta asfaltada que entraba a la ciudad lo alcanzó como por arte de magia un perro enorme que se parecía más a un lobo estepario que a un perro de campo.
     Se quedó quieto esperando el ataque de aquellos dientes en sus miembros, pero no pasó nada. Mi hermano empezó a andar hacia atrás a paso lento; cuando estuvo a una distancia segura, y viendo que el animal no se movía, le dio la espalda a la bestia y comenzó a caminar suavemente.
     Cuando había caminado varios metros volvió a darse vuelta y donde había estado el perro-lobo observándolo y listo para atacar, ahora había un hombre desnudo que reía... 

     - ...¡Julioooooo!

 

Verónica Curutchet

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