Antonio Machado

                          

 

Oración por Antonio Machado

Misterioso y silencioso

iba una y otra vez.

Su mirada era tan profunda

que apenas se podía ver.

Cuando hablaba tenía un dejo

de timidez y altivez.

Y la luz de sus pensamientos

casi siempre se veía arder.

Era luminoso y profundo

como era hombre de buena fe.

Fuera pastor de mil leones

y de corderos a la vez.

Conduciría tempestades

o traería un panal de miel.

Las maravillas de la vida

y del amor y del placer,

cantaba en versos profundos

cuyo secreto era de él.

Montado en un raro Pegaso,

un día al imposible fue.

Ruego por Antonio a mis dioses,

ellos le salven siempre. Amén,

 

Rubén Darío

 

II

He andado muchos caminos,

he abierto muchas veredas;

he navegado en cien mares

y atracado en cien riberas.

 

En todas partes he visto

caravanas de tristeza,

soberbios y melancólicos

borrachos de sombra negra,

 

y pedantones al paño

que miran, callan, y piensan

que saben, porque no beben

el vino de las tabernas

 

Mala gente que camina

y va apestando la tierra...

 

Y en todas partes he visto

gente que danzan o juegan,

cuando pueden, y laboran

sus cuatro palmos de tierra.

 

Nunca, si llegan a un sitio,

preguntan a dónde llegan.

cuando caminan, cabalgan

a lomos de mula vieja,

 

y no conocen la prisa

ni aun en los días de fiesta.

donde hay vino, beben vino;

donde no hay vino, agua fresca.

 

Son buenas gentes que viven,

laboran, pasan y sueñan,

y en un día como tantos

descansan bajo la tierra.

 

XV

La calle en sombra. Ocultan los altos caserones

El sol que muere: hay ecos de luz en los balcones.

 

¿No ves, en el encanto del mirador florido,

el óvalo rosado de un rostro conocido?

 

La imagen, tras el vidrio de equívoco reflejo,

Surge o se apaga como daguerrotipo viejo.

 

Suena en la cella sólo el ruido de tu paso:

Se extinguen lentamente los ecos del ocaso.

 

¡Oh angustia!  Pesa y duele el corazón...¿Es ella?

No puede ser... Camina... En el azul, la estrella.

 

XXXIV

 Me dijo un alba de la primavera:

Yo florecí en tu corazón sombrío

Ha muchos años, caminante viejo

Que no cortas las flores del camino.

 

Tu corazón de sombra ¿acaso guarda

El viejo aroma de mis lirios?

¿Perfuman aún mis rosas la alba frente

del hada de tu sueño adamantino?

Respondí a la mañana:

Sólo tienen cristal los sueños míos.

Yo no conozco el hada de mis sueños;

No se si está mi corazón florido.

 

Pero si aguardas la mañana pura

Que ha de romper el vaso cristalino

Quizás el hada te dará tus rosas,

Mi corazón tus lirios.

 

XXXV

Al borde del sendero un día nos sentamos

Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola cuita

Son las desesperantes posturas que tomamos

Para aguardar...  Más Ella no faltará a  la cita.

   

XLVIII

LAS MOSCAS

Vosotras, las familiares,

inevitables golosas.

vosotras moscas vulgares

me evocáis todas las cosas.

 

¡Oh viejas moscas voraces

como abejas en abril,

viejas moscas pertinaces

sobre mi calva infantil!

 

¡Moscas del primer hastío

en el salón familiar,

las claras tardes de estío

en que empecé a soñar!

 

Y en la aborrecida escuela,

raudas moscas divertidas,

perseguidas

por amor de lo que vuela

 

-que todo es volar, sonoras,

rebotando en los cristales

en los días otoñales...

Moscas de todas las horas,

 

de siempre... Moscas vulgares,

de mi juventud dorada;

de esta segunda inocencia,

que da en no creer en nada,

LX

¿Mi corazón se ha dormido?

Colmenares de mis sueños

¿ya no labráis? ¿Está seca

la noria del pensamiento,

los cangilones vacíos,

girando, de sombra llenos?

 

No, mi corazón no duerme.

Está despierto, despierto.

Ni duerme ni sueña, mira,

los claros ojos abiertos,

señas lejanas y escucha

a orillas del gran silencio.

 

LXII

Desgarrada la nube; el arco iris

brillando ya en el cielo,

y en un fanal de lluvia

y en él el campo envuelto.

 

Desperté ¿Quién enturbia

los mágicos cristales de mi sueño?

Mi corazón latía

atónito y disperso.

 

...¡El limonar florido,

el cipresal del huerto,

el prado verde, el sol, el agua, el iris!...

¡el agua en tus cabellos!...

 

Y todo en la memoria se perdía

como una pompa de jabón al viento.

 

CXI

NOCHE DE VERANO

Es una hermosa noche de verano.

Tienen las altas casas

abiertas los balcones

del viejo pueblo a la anchurosa plaza.

En el amplio rectángulo desierto, 

bancos de piedra, evónimos y acacias

simétricos dibujan

sus negras sombras en la arena blanca.

En el cenit, la luna y en la torre

la esfera del reloj iluminada.

Yo en este viejo paseando

solo, como un fantasma.

 

CXX

Dice la esperanza: un día

la verás, si bien esperas.

Dice la desesperanza:

sólo tu amargura es ella.

Late, corazón... No todo

se lo ha tragado la tierra.

 

CXXI

Allá, en las tierras altas,

por donde traza el Duero

su curva de ballesta

en torno a Soria, entre plomizos cerros

y manchas de raídos encinares

mi corazón está vagando, en sueños...

 

¿No ves, Leonor, los álamos del río

con sus ramajes yertos?

Mira el Moncayo azul y blanco; dame

tu mano y paseemos,

Por estos campos de la tierra mía,

bordados de olivares polvorientos,

voy caminando solo,

triste, cansado, pensativo y viejo.

 

CXXX

LA SAETA

¿Quién me presta una escalera

para subir al madero

para quitarle los clavos

a Jesús el Nazareno?

Saeta Popular

 

¡Oh, la saeta, el cantar

al Cristo de los gitanos,

siempre con sangre en las manos,

siempre por desenclavar!

¡Cantar del pueblo andaluz,

que todas las primaveras

anda pidiendo escaleras

para subir a la cruz!

¡Cantar de la tierra mía,

que echa flores

al Jesús de la agonía,

y es la fe de mis mayores!

¡Oh, no eres tú mi cantar!

¡No puedo cantar, ni quiero

a ese Jesús del madero,

sino al que anduvo en el mar!

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